Argentine

La rebelión popular en Argentina
Eduardo Lucita

30 muertos, más de 439 heridos, 3273 presos, es el costo de una rebelión popular de características inéditas en Argentina.
Por primera vez en nuestra historia un gobierno elegido democráticamente no fue derrocado por un golpe de estado militar sino por una acción directa de las masas obreras y populares.
No fue esta acción un rayo caído de un cielo sereno. Una multiplicidad de conflictos, de acciones populares, de mecanismos de rechazo al orden de cosas existente abonó este camino.
El año que está terminando ha sido el año de mayor conflictividad social de la década. No solo de los trabajadores desocupados, de los “piqueteros” y sus movilizaciones masivas por el pago de subsidios o para forzar acciones de gobierno que mejoraran su calidad de vida; también de los trabajadores ocupados, por el pago de salarios, por la defensa de las fuentes de trabajo y las condiciones laborales.
La elecciones para renovación legislativa del pasado 14 de octubre fueron otra expresión de esta protesta. 6.500.000 de personas(el 26% del padrón electoral) se abstuvieron, es decir se negaron a ejercer su derecho al voto; los votos en blanco e impugnados superaron los 3.800.000 (el 21.1 %); en tanto que la izquierda que se presentó con múltiples candidaturas, alcanzó, de conjunto, la inédita suma de 1.500.000 votos (6%). Los grandes partidos perdieron así más de 6.500.000 de votos.
La crisis de representatividad que desde hace años se venía expresando se transformó en una pérdida de legitimidad del régimen
Del 14 al 17 de diciembre pasado un conjunto de organizaciones sindicales, sociales y políticas reunidas en un Frente Nacional Contra la Pobreza convocaron en forma autónoma y por fuera de las instituciones del Estado a una Consulta Popular para la implantación de un seguro de empleo para los jefes/as de hogar desocupados. Casi 3.000.000 de votos se expresaron en la misma.
Hartazgo, frente a una situación económica agobiante. Desconfianza frente a los partidos y la instituciones de la democracia delegativa. Madurez en la comprensión de que hay que tomar la resolución de los problemas en sus propias manos.
La combinación de estos tres elementos se expresó en la explosión social de los días 20 y 21 de diciembre pasados. Un gobierno impotente para hacer frente a la crisis, que para continuar con el pago de los servicios de la ilegitima deuda externa recurrió a la inmovilización de los depósitos bancarios, a la parcial confiscación de los salarios de los trabajadores y a una obligada bancarización, concluyó cortando la cadena de pagos y haciendo que la moneda -el equivalente general de las mercancías- desapareciera del mercado paralizando prácticamente todas las actividades comerciales y financieras.
La respuesta social no se hizo esperar: desde los distritos y regiones que muestran los índices de desocupación y de pobreza extrema más elevados, miles y miles de excluidos de la producción y del consumo rodearon las grandes cadenas de supermercados exigiendo comida, y donde no se la daban violentaban las rejas y la tomaban por su propia cuenta. Grandes negocios de artículos para el hogar fueron también expropiados por la multitud, que a su vez había sido saqueada durante décadas, y acciones de vandalismo propias de cuando la acción social es desbordada a si misma se realizaron contra pequeños negocios, en una guerra de pobres contra pobres que, se sospecha, fue incitada por sectores de la derecha más reaccionaria.
La declaración del Estado de Sitio y un discurso del presidente de la Nación tan soberbio como carente de contenido, precipitó la reacción en la Capital Federal y el conurbano del Gran Bs.As.
Haciendo sonar sus cacerolas, tibiamente en la puerta de sus casas primero, en los principales cruces de calles luego y desplazándose por las grandes avenidas finalmente, una multitud de hombres y mujeres, trabajadores, empleados, amas de casa, estudiantes jubilados, profesionales, pequeños empresarios –la ciudadanía en presencia- convergió sobre la más que emblemática Plaza de Mayo. Desafiaron así a un Estado que se mostró impotente para disciplinar a la sociedad civil en movimiento, no obstante el alto costo en vidas humanas que se cobró, y por el cual sus responsables deberán ser juzgados y condenados.
En la madrugada del 20 al 21 más de 40.000 personas exigían la renuncia del ministro de economía primero; del presidente de la Nación después y finalmente que se “vayan todos”, en clara alusión a las instituciones y quienes las integran.
Las sedes de numerosos bancos, de empresas multinacionales, los cajeros automáticos, las casas de numerosos políticos, recibieron la angustia y la bronca de la multitud, en una actitud más que simbólica de los manifestantes.
“El límite del ajuste estructural se encuentra en la capacidad de reacción de los ajustados”. En las acciones de estos días se trazó un límite claro a cualquier intento de reimplantar las políticas neoliberales más extremas.
La acción directa de las masas autoconvocadas, -de los explotados, de los oprimidos, de los excluidos- en un acto de auténtica recuperación de la política, de recuperación del poder propio, de esa autonomía durante décadas expropiada por los partidos y las instituciones del sistema, logró tumbar al gobierno.
Los resultados no pueden ser más alentadores: es la primera vez que se manifiesta en la practica concreta la revocabilidad del mandato otorgado por la urnas.
La izquierda participó activamente en las movilizaciones, pero por su escasa densidad o porque no alcanza a comprender la dialéctica de no delegación que se está construyendo, su participación no resultó decisiva. Otro es el caso de las tres centrales obreras (CGT, CGT “rebelde” y CTA) que apenas si declararon un paro formal sin llamar a la movilización y participación activa, o simplemente haciendo acto de presencia y luego desconcentrando rápidamente. En el primer caso es resultado de los compromisos con las distintas fracciones del poder real, en el segundo una combinación de ausencia de coraje cívico y de desorientación política.
El movimiento de las masas en acción avanzó así con conocimiento de lo que no quiere, de lo que no acepta y rechaza, pero aún sin conciencia de lo que efectivamente quiere. Dejó así un vacío que una vez más será cubierto por cualquiera de las variantes que expresan los intereses de las clases dominantes
No obstante estos límites y carencias se ha abierto una nueva situación. Nuevas formas de la representación política; nuevas relaciones entre representantes y representados, la puesta en escena de la capacidad colectiva de pensar, de decidir y de hacer por su propia cuenta, están en debate y discusión.
El futuro es así muy rico y cargada de potencialidades, pero no carente de dificultades. Dependerá de la intervención de los sectores más concientes de la sociedad por aportar para afirmar la confianza de los protagonistas. De dotar a estos de conciencia de su propio protagonismo y de sus potencialidades transformadoras.
Buenos Aires, diciembre 23 de 2001

 

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